Buen jefe, mal jefe: esa es la cuestión

LA FIRMA INVITADA
Dpto. Comunicación SECOT

Cada uno de nosotros percibimos la realidad y proyectamos nuestra valoración de las cosas desde nuestra personalidad y propias circunstancias. El riesgo estaría en la arrogancia de considerar único y verdadero el entorno que desde nuestra óptica contemplamos. Como si ignorásemos que el entorno es poliédrico, que la vida es poliédrica, que no tiene una sola cara y menos aún, que esta cara haya de ser forzosamente, la que nosotros visualizamos.

En el mundo empresarial no es extraño encontrar a jefes con pretensión de líderes, carentes de empatía, intolerantes en la aceptación de puntos de vista distintos al suyo, que sólo consideran válidos sus pensamientos, que creen que los conocimientos están únicamente en la cumbre y la cumbre son ellos. Parecen olvidar que con su forma autocrática de actuar contribuyen sobremanera al desgaste emocional, a la falta de compromiso y al desapego del personal de la organización y de lo que significa.

Por lo general, los que así se comportan no difieren de los denominados líderes tóxicos, de manipuladores dogmáticos, que dominan – no dirigen – usando y abusando del poder del que están revestidos y nunca por la autoridad moral, que habrían de saber ganar cada día ante los empleados por su comportamiento ejemplar.

Pero los tóxicos no saben conseguir esa autoridad de la que están revestidos los verdaderos líderes, o no creen necesario conseguirla.  Son mediocres, desconfiados, desmotivadores en acción, que con sus cualidades “funestas” rompen la moral de su gente. Personajillos que, al igual que las nubes, cuando desaparecen, luce el sol.
El cuento no termina ahí; además, suelen ser narcisistas, por lo que les gustará sobremanera el halago. Y tienen la “suerte” de que, en las organizaciones no escasean los “aduladores de vocación” que, les colmarán de bendiciones e incienso y se ofrecerán para comentarles alguna que otra cosilla de fulanito o de menganita, a cambio de alguna migaja que les compense de su “estomagante quehacer”.
Este tipo de líderes (aunque no merecen tal nombre) posiblemente destrozarán su propia empresa y se sentirán maravillosos y, en el camino, tratarán de justificar su falta de capacidad insistiendo en la dureza del mercado, en los niveles catastróficos de precios, en que la gente no trabaja bien. ¡Qué sé yo cuántas cosas dirán!

Y seguirán diciendo, pero no querrán ver, o, mejor dicho, no les interesará ver su propia realidad, su incompetencia, su temor al cambio, su miedo a la toma de decisiones. Ocupan el puesto de locomotora y no son más que vagones de madera. No es extraño que, en circunstancias normales de mercado laboral, las personas no se cambien de empresa, sino de jefes, especialmente de este tipo de jefes.

Claro que, afortunadamente, también existen jefes excelentes, líderes transformadores que acrecientan los resultados empresariales, quizás el mismo jefe que hoy tenemos, o bien, los que recordemos de otras épocas: seres humanos que nos hacen, o nos han hecho sentir queridos como personas y valorados como profesionales, que predican con el ejemplo y que saben lograr, honestamente, un elevado compromiso de toda su gente hacia la empresa.

A ellos, hemos de ofrecer nuestro homenaje más sincero por lo que nos enseñan o nos han enseñado.

Miguel Bello, Senior de SECOT
Artículo publicado en la Revista de ENAE (Escuela de Negocios vinculada a la Universidad de Murcia y a la Panamerican Business School de Guatemala)